Por Irene Serrano
Se dice que el siglo XX terminó con el derribo del "muro de la vergüenza" que dividía la ciudad de Berlín y el siglo XXI comenzó con la colisión provocada por dos Boeing 767 pilotados por seguidores de Al-Qaeda sobre las torres gemelas en Nueva York.
La "Guerra Fría" entre el bloque capitalista y el comunista finalizó con la demolición de unos muros y la reunificación de Alemania; y la "Paz virtual" entre las civilizaciones terminó con el derribo de los rascacielos.
Ha transcurrido más de una década desde el 11S y seguimos alardeando de edificios cada vez más altos, fastuosos, portadores de un mensaje de euforia y optimismo poco justificado, que ofrecen una imagen sublime del poder de quienes los construyen, pero que superan en coste lo razonable tratando de disponer medidas de seguridad extraordinarias.
Mientras tanto, sobre el suelo levantamos indignas alambradas metálicas, o abrimos fosos insuperables; construimos vallas afiladas con innumerables cuchillas en Melilla; establecemos muros de separación que blindan la frontera de Israel con Palestina, o con Líbano, o con Egipto; instauramos fronteras contra la inmigración entre Estados Unidos y México; inventamos impedimentos burocráticos contra la libre circulación de las personas, mediante la imposición de cuotas de inmigrantes que se dispondrán en Suiza antes de que finalice el año. Incluso creamos barreras impidiendo la libre comunicación de ideas a través de la vigilancia informática que realizan algunos estados sobre las redes sociales y los correos electrónicos. Y todo ello justificado siempre en razones de seguridad nacional, en una mayor protección de los ciudadanos, en garantizar su protección y su tranquilidad. ¡Cuánta hipocresía!
Ni el muro de Berlín resultó ser el último muro, ni el atentado de Nueva York terminó con la construcción de rascacielos que no son sino una alegoría del poder político, económico y financiero, de elevadísimos costes en su ejecución pero sin capacidad de garantizar plenamente la seguridad de las personas que los habitan.
Al mismo tiempo levantamos muros al ras del suelo para nuestra tranquilidad y edificios de gran altura sin seguridad plena, ¡qué paradoja! ¿No sería mejor construir una arquitectura más sencilla, no tan impositiva, que ofrezca una imagen conciliadora, un mensaje más pacífico a aquéllos de quienes, supuestamente, nos quieren defender nuestros gobernantes?
Todo lo contrario: cada día surgen nuevos conflictos como el "muro invisible" que ahora se está levantando entre Europa y Rusia, nuevamente con el conflicto de Ucrania como justificación, resucitando la "Guerra Fría" que creíamos superada.
Las personas que ostentan el poder real pueden ser los grandes facilitadores. Cuando la voluntad política se acompaña de voluntad económica, muchas decisiones se ejecutan de inmediato. Siguiendo ese camino, confiando en el ejercicio de la verdadera política, posiblemente, algún día dejemos de levantar muros, reales y ficticios.
A great day for freedom, David Gilmour (guitarrista y compositor de la banda Pink Floyd)
David Gilmour ha trabajado también con varias ONG, entre las que se encuentran Oxfam, Crisis, la Asociación Europea de Salud y Enfermedad Mental, Greenpeace yAmnistía Internacional
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