Por Manuela Movilla
Vuelvo a Marruecos, un lugar muy oído pero poco conocido realmente, al menos poco más allá y por pocos de los tópicos típicos.
De un gran profesor aprendí que los prejuicios son inevitables, se lo debemos a la experiencia, a lo que nos rodea, pero que lo que sí es evitable, lo que está en nuestras manos, es que ese prejuicio llegue al juicio. Esto me hace darme cuenta de todo lo que nos perdemos por encontrarnos siempre dentro de los discursos marcados, por no querer salir de ellos, no crecer como persona y verificarlos. No siempre compensa tentar el equilibrio de la comodidad.
Los prejuicios perjudican a muchos, pero favorecen a otros tantos, es impredecible lo que llegan a enseñarte las personas, tus personas, las que en un momento del camino estaban en tu lado; a lo mejor es que a esa hora del día era en tu lado el único sitio donde había sombra bajo la que resguardarse.
¿Cuantas veces confiamos en alguien por cómo se presenta? ¿O por quién te lo presenta? Y ¿Cuantas veces es al revés? Infinitas. Juzgamos a personas, no les damos confianza por códigos o apariencias conocidas en esta sociedad. Sociedad que a veces no sabe ni lo que quiere encontrar, a veces ni siquiera busca. Y cuando no buscas, difícilmente encuentras algo que merezca la pena.
Buscar, hay que buscar personas, encontrar personas, con caras vistas, nuevas, y de cualquier color pero dispuestos a demostrar que los prejuicios suelen caer sobre aquel que tiene sus ideas claras, la cabeza alta y la conciencia tranquila. Que están por descubrir.
Porque déjenme decirles, que cuando giramos la cara, vencidos por prejuicios, sin ganas de saltar por encima, nos perdemos cosas maravillosas, y nos perdemos vivirlas en primera persona.
¡Totalmente de acuerdo! Buscar es agotador pero tiene sus recompensas.
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