El tiempo pasa tan rápido que casi creo que fue ayer cuando me sentaba en un banco de la Plaza de San Pablo en Valladolid para decidir si me colegiaba como abogado y empezaba una nueva etapa, o seguía prolongando un poco más mi absoluta despreocupación hacia lo que el futuro me tenia reservado. Eran días de vino y rosa, de disfrutar sin mas de lo que el momento te ofrecía y no había más visión que la tenías delante de tus ojos.
Han pasado ya más de treinta años de aquel instante de decisión y al final, sólo fue una más de las muchas que, escalonadas en el tiempo, de una u otra manera, tanto yo como todos vosotros, hemos de plantearnos en la vida. Por cierto, decidí que ya era hora de cerrar una etapa y colegiarme. Fue muy duro os lo prometo.
Siempre he dicho que es importante no cerrar antes de tiempo etapas, pero tengo que reconocer que es mucho más importante acertar con lo que tienes que hacer y no hacerse uno mismo trampas al solitario.
La vida está llena, como digo, de momentos en los que cuesta mucho tomar decisiones porque a veces son irreversibles y no tienen vuelta atrás. Lo importante de esos momentos es ser sinceros con nosotros mismos y pensar muy bien si esa decisión que vamos a tomar es la que realmente nosotros queremos tomar, o bien la estamos tomando porque estamos condicionados por un entorno determinado, un compromiso social, o simplemente no lo pensamos con la suficiente serenidad.
Cuántas veces nos engañamos a nosotros mismos y desde el mismo instante en que tomamos una decisión, o adquirimos un compromiso, ya sabemos de antemano que nos estamos equivocando y que nos vamos a arrepentir. Esa intuición que está ahí diciéndonos: “no lo hagas” y a la que casi nunca hacemos caso y después, al cabo de un tiempo, tu mismo te dices: “Lo sabia. Es que lo sabia”.
Yo no tengo ahora ante mi muchas decisiones importantes que tomar porque las tengo casi todas tomadas ya, pero es verdad que en las últimas que he tomado, he seguido mis propias recomendaciones y he hecho caso a esa voz interior que escuchaba perfectamente y que a veces me decía “no hay que hacerlo”. Y no lo hice. Y otra veces me decía: "Hazlo” Y lo hice. Y me ha ido muy bien.
Es precisamente,cuando transcurren muchos años,que nos damos cuenta,de lo importante,que son ciertas decisiones.
ResponderEliminarEn la juventud,nos dejamos guiar más por los impulsos que por el raciocinio.Eso,implica el equivocarse en muchas oportunidades,pero aún tenemos el tiempo para revertir situaciones,que no nos satisfacen.
Es la época de la vida,en la que no hacemos caso al olfato,pensamos que al margen de la intuición,caminaremos con paso firme,hacia adelante.
El paso de los años,nos indica que no es así.Tardía reflexión sobre hechos consumados.
Es entonces,cuando nos hacemos más reflexivos,analizamos cada paso,con la debida paciencia,abrimos el abanico de posibilidades,desde lo peor que puede sucedernos,lo normal y lo mejor.
Los años,nos dan esa pausa necesaria,para el correcto análisis.Es precisamente lo que nos falta,cuando la juventud,nos impulsa a cometer errores.
Creo,que a lo actual,podemos llamarlo experiencia.Si hemos recibido varios golpes,constituye la coraza,para evitarlos.
Esa experiencia,no es posible transferirla,mediante transfusión,a nuestros hijos.Ellos,se guiarán por los mismos impulsos,que lo hemos hecho nosotros.Con los años,llegará la calma,cordura,análisis,temor a equivocarse y sus decisiones,serán tan medidas,como son desde hace años,las nuestras.