Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

17 de abril de 2014

La bella Simonetta

"La bella Simonetta" fue la mujer que iluminó con su bello rostro la Florencia del siglo XV.

Cuentan que fue el gran amor de Botticelli. Se casó a los dieciséis años y murió a los veinte y tres años en pleno esplendor de su belleza, fue admirada durante décadas y su rostro fue memorizado y plasmado en lienzos incluso después de su muerte a modo de admiración y recuerdo.

Nació para ser elegida y elogiada. Pertenecía más al pincel, al lienzo y a los colores, que a la tierra. Fue una mujer de imágenes, un icono de los grandes palacios, digna de los frescos o de los vitrales milenarios. Vino a este mundo para ser la modelo de Botticelli y ser plasmada como una Madonna resplandeciente; por eso vivía ausente de la realidad como difuminada en el entorno. 



Simonetta Cattaneo nació en la noble Casa de Candia y Cattaneo en 1453 o 1454. Su padre era el noble genovés Gaspare Cattaneo Della Volta. Hay varias hipótesis acerca de su lugar de nacimiento, algunos dicen que nació en Portovenere, en Liguria, donde nació la diosa Venus, otros que en Génova donde su familia tenía ricas propiedades.

Todos los nobles de la ciudad estaban obsesionados con Simonetta. Los hermanos Giuliano y Lorenzo de Médici quedaron prendados de su belleza. Pública y descaradamente rivalizaron en más de una ocasión y le manifestaron su admiración, más bien ganas… pero acabaron recibiendo sólo el rechazo y desdén de la bella y ajena rubia.

La joven Simonetta se casó a la edad de 16 años con Marco Vespucci, probablemente familiar lejano del marino italiano que acompañó a Colón en su primer viaje a América. Simonetta y Marco se conocieron en abril de 1469. Ella estaba con sus padres en una iglesia cuando le presentaron su futuro marido.  

Era un matrimonio concertado, muy al uso de la época. Dos familias bien situadas buscaban consolidar su posición social mediante una provechosa alianza. Aún adolescente, Simonetta comenzaba a despuntar por su especial belleza y encanto. Marco había sido enviado a Génova por su padre para estudiar en el Banco di San Giorgio. Fue aceptado por el padre de Simonetta, de la cual el muchacho estaba muy enamorado. Era pues un matrimonio lógico y poco forzado. Los padres de Simonetta creían que el matrimonio sería ventajoso porque la familia de Marco tenía muchos contactos en Florencia con la poderosísima familia Médici.

Y así sucedió que la bella Simonetta dejó la casa de su padre y se instaló con su joven esposo en Florencia, gobernada por Lorenzo el Magnífico. Ambos tenían dieciséis años. Lorenzo de Médici organizó la boda en el lujoso palacio de Via Larga, y celebró el banquete de bodas en la suntuosa Villa di Careggi. La belleza de Simonetta había causado un estallido de fervor en la ciudad.

La popularidad de Simonetta en la corte florentina fue en aumento. Los dos hermanos Medici, Lorenzo y Giuliano, hervían en arrebatos de simpatía hacia ella. No se sabe como debía encajar todo ello el joven Marco, pero éste desaparece del relato como por arte de magia. En la corte de los Medici, Simonetta emergió como una flor. Su belleza y su dulzura la convirtieron en la mujer más admirada en Florencia. 

Al otro lado del río Arno se extendía el popular barrio de Porta San Frediano, morada de obreros y artesanos, categoría esta última en la que se incluían orgullosamente los pintores. Entre sus vecinos se encontraba un pintor llamado Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, alias Sandro Botticelli. Éste bien pronto tomó a la chica como modelo, profesando hacia ella una sumisa y muda admiración. Muchos historiadores conjeturan que Botticelli estaba enamorado de ella hasta las trancas. Sin embargo, no podía competir con sus poderosísimos admiradores. El pintor se limitaba a pintarla, recrearla; pincelaba un amor inalcanzable con tenaz perfeccionismo. 

Su condición indiscutible de musa de la nueva era se cimentó en sucesivos episodios. En 1.473, cuando tenía unos 20 años, tuvo lugar en Florencia un fastuoso festejo para celebrar las bodas de Eleonora de Aragón, hija del rey de Nápoles, con el conde Ercole d´Este. En un perfumado atardecer de San Juan, en los jardines del Palazzo Lenzi,  Eleonora, Simonetta y Albiera degli Abizzi interpretaron una danza que  marcó a fuego  la memoria de los florentinos. Este momento mágico se encuentra inmortalizado en la escena de las tres Gracias de La Alegoría de la Primavera  de Botticelli y, seguramente, fue la causa de que se convirtiera en vox populi el enamoramiento de Giuliano de Médicis, el apuesto y divertido hermano menor de Lorenzo, que tenía la misma edad que Simonetta.
  
El 28 de enero de 1.475,  haciendo coincidir  el acontecimiento con la fecha del  cumpleaños de su amada, se celebró un torneo de justas en la Piazza de la Santa Croce para conmemorar la alianza entre las repúblicas de Florencia y Venecia. En este revival medieval, Giuliano apareció con una maravillosa armadura de plata obra de Verrocchio, el maestro de Leonardo, y portando un estandarte pintado por Botticelli en el que se veía la inconfundible silueta de Simonetta caracterizada como Palas Atenea. Una leyenda en francés decía: “La Sans Pareille”  (“La Incomparable” o “La simpar”). 

Giuliano, previsible vencedor del torneo, proclamó a su dama “La mujer más bella de la Toscana”. Para consagrar el triunfo, encargó al poeta Poliziano una alegoría  que narrara su pasión: el protagonista masculino, herido por primera vez por las flechas de Cupido, se enamora de la bellísima y casta ninfa Simonetta. En las Stanze per la Giostra que compuso, obra clave de la lírica renacentista, encontramos una aduladora descripción de su aspecto y virtudes, que luego plasmaría Botticelli en sus mitologías pictóricas. A partir de entonces fue conocida como la mujer más bella de Florencia y más tarde del Renacimiento. La fama de Simonetta galopó por toda Europa.


Algunos aseguran que desde ese momento la bella Simonetta se convirtió en amante de Guiliano de Médici, pero lo cierto es que se desconoce por completo si eso sucedió. La historia se muestra remisa a confirmarlo. Ningún sentido tendría proclamar a los cuatro vientos un adulterio que, necesariamente, llevaría a un enfrentamiento abierto con los Vespucci, y menos aún en el momento en que más discutido estaba siendo el liderazgo político de los Médicis. La teoría de que “La Primavera”, el cuadro de Botticelli donde están retratados Guiliano y Simonetta (entre otros), ilustra la vida galante del Médici, no está del todo confirmada. Si hubo realmente amor entre ellos, no pudo ser más desgraciado. A finales de ese mismo año Simonetta enfermó.

Desgraciadamente, la bella Simonetta murió la noche del 26 de abril de 1476 a la edad de 23 años. Había contraído una tuberculosis que le afectó el pulmón. La Venus renacentista murió en Piombino, junto al mar. Botticelli no pudo superarlo y vivió el resto de su vida obsesionado con ella. La ciudad entera lloró amargamente la muerte de la joven y miles de personas siguieron su ataúd por las calles.

Sus contemporáneos llegaron a decir que todavía estaba más bella difunta que en vida. Para que todos pudieran contemplarla por última vez, se le descubrió  el rostro y así desfiló solemnemente el cortejo por las calles de Florencia. Leonardo, que también acompañaba a la comitiva, dibujó su efigie. Marsilio Ficino proclamó que era demasiado perfecta para este mundo y los poetas le dedicaron elegías. Así, Lorenzo de Médicis, al modo de las Metamorfosis de Ovidio, saludó la  transformación del alma de aquella exquisita dama en la más “chiara stella” del firmamento, donde  podrían seguir contemplándola por siempre.

Un acontecimiento trágico más jalona esta leyenda: el 26 de abril de 1.478,  en el segundo aniversario de su fallecimiento, Giuliano fue asesinado en la catedral de Florencia mientras se celebraba la  misa de Pascua. Lorenzo logró sobrevivir al ataque, pero la época dorada del Renacimiento florentino tenía los días contados.

Aunque el viudo Vespucci, sin hijos, pronto se volvió a casar, Simonetta no fue olvidada, pues su imagen inmortal había prendido en la imaginación de Botticelli. En 1.481 fue convocado por el Papa  Sixto IV a pintar  las paredes de la Capilla Sixtina, donde plasmó la faz de Simonetta en Las Tentaciones de Cristo. También la pinta ese mismo año en la maravillosa Madonna del Magnificat y en La Alegoría de la Primavera. En 1.483 aparece consagrada en Venus y Marte y, el año siguiente, en su obra más destacada, El nacimiento de Venus. Veinte años después de su muerte, todavía le sirvió de inspiración para La calumnia de Apeles.


La modelo del genial pintor Botticelli se había convertido en un arquetipo de belleza, cumplía con todos los clichés de la época. No se sabe si ella imponía las pautas o si había sido agraciada con un encaje perfecto en ellas. En todo caso, el renacimiento de la Diosa, nacida en Puerto-Venus, acontecía en una Italia sumida en una ola de revisionismo pagano. Los oscuros siglos medievales, dominados por un Dios monopolista, habían acabado. Una burguesía en ciernes quería deshacerse del corsé moral de la Iglesia y vivir la vida. Y fue la bella Simonetta la que encarnó a la Diosa como nadie, bajo la luz de los pinceles de Sandro Botticelli. Todas las mujeres de sus cuadros guardan un extraordinario parecido con ella.

Botticelli descubrió a Simonetta a través de los Vespucci. Por su parte fue un amor a primera vista porque desde aquel primer día en que la vio, la convirtió en su musa, y por supuesto que también lo fue para los destacados pintores que pasaron por Florencia. Sin lugar a dudas el pintor fue el hombre que más la amó, aunque a su manera, respetuosamente y en silencio. En 1485 terminó su cuadro “El nacimiento de Venus” como homenaje póstumo a Simonetta (nueve años después de su muerte) y, aunque él nunca lo aceptó, hay que estar ciego para no darse cuenta que ella es la mujer que está retratada en casi toda su obra. Todas las mujeres de sus cuadros son Simonetta.

Tan grande fue el amor de Botticcelli hacia su musa, que nunca se casó y personalmente pidió que después de muerto fuese enterrado a los pies del sepulcro de Simonetta en la Iglesia de Ognissanti, la iglesia de los Vespucci en Florencia. Tras su muerte en 1510 fue cumplido su deseo, y allí mismo, a sus pies, fueron depositados sus restos 34 años después de que muriese el amor de su vida. Botticelli nos estaba legando otra maravillosa lección de amor.

Pocas mujeres han dejado un recuerdo tan imperecedero en la historia como Simonetta. Fue conocida como "la mujer más hermosa de Italia y del mundo", como dijo Sandro Botticelli, y lo que diga un artista toscano va a misa, después de todo, ellos son los que provocan el Síndrome de Stendhal.

Fuentes

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