Por Irene Serrano
Volvemos hoy al debate interior que sostengo sobre la composición de los pensamientos y del que ya escribí hace un par de semanas; asunto que tiene interés porque en función de esos pensamientos actuaremos de una u otra manera, siendo más acertadas nuestras decisiones.
Me dice una excelente amiga, de cuyo criterio me fío, que le parece complicado saber o acercarse siquiera a cómo piensan los demás, cuando nosotras mismas muchas veces nos vemos superadas por las ideas y razonamientos que nos llevan a actuar de determinada manera. Es más, añade “sigo sorprendiéndome porque, a veces, sinceramente, no sé exactamente por qué hago algo, ni comprendo de una manera racional mi afecto a ciertas personas”
Siguiendo esta línea de argumentos, yo misma, en no pocas ocasiones, siento que una idea, un deseo, o la ilusión por algo aparentemente sin importancia, me entusiasma de una manera extraordinaria, casi irracional, lo que hace que ponga todos los medios a mi alcance, y el tiempo del que dispongo, en la consecución de ese fin. También creo que cuando esto sucede se podría decir que soy una persona feliz, sin miedo a las dificultades, atajando todos los problemas con una energía que no sé bien de donde sale, ni consigo reproducirla en otras ocasiones en las que la aventura no tiene suficientes alicientes o no me causa tanta motivación.
Creo que en la toma de decisiones sí es importante pensar las cosas de manera racional, con sensatez, eligiendo lo que es mejor y prescindiendo de aquello que puede hacer fracasar el objetivo; pero a partir de este punto siempre necesitas que el propósito te entusiasme, y en ello nada tiene que ver la racionalidad, es más una fantasía, un deseo, algo que imaginas que hace que ese proyecto merezca la pena.
En ocasiones, es la idea el motivo de esa ilusión tan necesaria; otras veces es el objetivo que se pretende conseguir lo que da la fuerza; o es una persona con carisma que sabe dirigir el proyecto y ejercer el liderazgo, perfil poco común entre los que gobiernan y los altos cargos de la administración. Podría ser esta última la razón por la cual la sociedad como colectivo carece de los incentivos necesarios para ilusionarse.
Si la persona que lidera algo, lo que sea, tiene experiencia y, además, sabe rodearse del equipo adecuado, si todos participan de un objetivo claro, si se disponen los recursos e incentivos convenientes, y si todo ello se impulsa a lo largo del tiempo suficiente, el triunfo de lo emprendido está asegurado.
Otro pensamiento que nos estimula de manera sobrenatural es el convencimiento personal de que se nos quiere, la sensación de tener el afecto de quienes nos rodean, sea la familia, los amigos, la pareja o los compañeros de trabajo, es una de las sensaciones más gratificantes que existen, y un motor que eleva de forma natural nuestra autoestima, motivándonos a hacer cualquier cosa que nos pidan, por difícil o complicado que parezca.
El éxito, por tanto, no sólo puede explicarse con criterios de racionalidad; la irracionalidad tampoco significa necesariamente fracaso. Si no tenemos la ilusión buscaremos y encontraremos toda clase de excusas para no hacer una determinada cosa: trabas, problemas existentes e inventados, todo nuestro esfuerzo para no conseguir llegar al final.
Es de sentido común y fácil de comprender que sin una causa ideal que tire de nosotros aunque sea una locura, los proyectos dejan de interesarnos. La creatividad, la imaginación, el estar convencidos de algo aunque sea de forma imaginaria se convierte en algo necesario, en el motor que nos invita a movilizarnos. El pensamiento racional no basta para conseguir nuestros mejores proyectos.
Antonello Venditti - Forever, de la banda sonora de “La gran belleza” (Paolo Sorrentino)
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