Quizá no les haya sucedido, quizá sí. De un momento a otro, perder las referencias por las que uno venía orientándose. Ya fuesen erróneas o acertadas, eran el resultado de un esfuerzo por construir un camino vital aderezado de ilusiones y decepciones; piedras puestas mal, bien o regular pero un camino propio al fin y al cabo; al que llamamos "seguridad". Y de repente, la desorientación. Ni vacío, ni oscuridad. Sencillamente el paso (sí, es eufemismo) de un plano a otro. Y el estupor.
¿Se deja de ser quien uno es? En cierto modo, sí. Formalmente, quien era fulanito de tal, de profesión lo que fuere, domiciliado en donde hubiera sido, ya no puede presentarse ni a sí mismo en tales términos. Extraído de lo que le era cotidiano; desde su cuarto de baño, templo de la privacidad individual envuelto en vapor de agua, hasta las miradas o saludos cruzados rápidamente con seres cotidianos de ese camino trazado.
Y todo ello termina de manera fulminante. Sin efectos especiales, sin miradas atentas. Todo. Simplemente sucede, ante la pasmosa impasibilidad del mundo al que uno creía pertenecer.
Ante la desorientación profunda, vital y existencial que conlleva el darse cuenta de su propia imperceptibilidad, algunos seres humanos optan por rendirse y refugiarse en el recuerdo de lo que creen que fueron rechazando lo que son. En un intento por evitar semejante tragedia personal, otros se sumergen en profundas reflexiones acerca de su identidad y de su ego, entendido éste último como experiencia personal.
El vómito íntimo es provocado por la asimilación difícilmente digerible de la paradoja de convertirse en "ex"; dicho en otras palabras, de Ser en Habiendo Dejado de ser.
Dicen quienes la conocen que la Naturaleza no entiende de belleza sin metamorfosis.
Quizá les haya ocurrido, quizá no. No sé si me explico.
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