Reproducimos el artículo completo de El Blog de Pedro Vicente
"Ha sido el año de la proyección de Burgos en el exterior, un año en el que la ciudad se ha puesto de moda y en el que se ha hablado mucho y bien de la capital burgalesa". Esto declaraba a finales del mes diciembre a la agencia Europa Press el alcalde de Burgos, Javier Lacalle, feliz como una perdíz porque además de eso el ayuntamiento había conseguido reducir en 17 millones la deuda municipal, cuantificada a finales de año en 135 millones de euros. En esas mismas declaraciones el alcalde anunciaba el inicio en 2014 de la intervención en la calle Vitoria, es decir, las obras de Gamonal, que, estas sí, estas han dado a conocer a Burgos en el mundo entero.
Ni en sus peores pesadillas podía imaginar Lacalle que le pudiera suceder algo así. A él, un alcalde con mayoría absoluta, que, pese a la crisis y sus recortes, estaba solventando sin mayor contestación ciudadana su verdadera hipoteca política: satisfacer los insaciables intereses de la oligarquía empresarial constituida en el poder fáctico que controla todo lo que se mueve en Burgos.
En cualquier ciudad de España el alcalde de turno, sea del partido que sea, está sometido a presiones o tentaciones -más o menos sutiles, más o menos groseras- de constructores, promotores y otros empresarios cuyo negocio depende directamente de decisiones urbanísticas y adjudicaciones municipales. Lo de Burgos hace tiempo que va mucho más allá. El gobierno municipal está plenamente sometido y al servicio de ese poder fáctico, que considera al alcalde poco menos que su lacayo.
En 2011, Juan Carlos Aparicio, que había recalado en la Alcaldía tras ser ministro con José María Áznar, sorprendió a propios y extraños decidiendo no presentarse a la reelección. Llevaba ocho años (un suspiro al lado de los 20 que va a cumplir el vallisoletano Javier León de la Riva) y decidió cerrar su etapa municipal. Era evidente que Aparicio, un peso pesado de la política, no soportaba bien la servidumbre que pesa sobre esa Alcaldía y optó por hacer mutis por el foro madrileño. (Después también ha dejado su escaño en el Congreso para convertirse en consejero de Indra y duplicar el salario que percibía como diputado).
Si Aparicio pasaba por el aro, qué decir del imberbe Lacalle, quién en 2006, siendo concejal de Urbanismo, llegó a aceptar un viaje a Niza invitado con todos los gastos pagados por los constructores burgaleses de referencia… Desde 2011 la sumisión del alcalde al poder fáctico había pasado a ser tan absoluta como la mayoría del PP en el consistorio burgalés.
En la revuelta de Gamonal han confluido sin duda muchas circunstancias, sumadas todas las cuales se entiende la contundente reacción vecinal. El bulevar era toda una provocación, comenzando por lo más elemental: lejos de resolver el problema de aparcamiento en el barrio, lo agravaba. Siguiendo por el despilfarro de gastar 8 millones de euros (más lo que vendría después a través de los consabidos reformados y ampliaciones de presupuesto) por parte de un ayuntamiento endeudado hasta las trancas que desatiende perentorias necesidades sociales. Añádanse el caldo de cultivo del hartazgo ciudadano con los políticos, el insoportable paro juvenil y la razonable sospecha vecinal de que el verdadero objetivo de la "inversión" no era ningún fin social sino satisfacer el afán de lucro de las empresas adjudicatarias. Agitados todos esos ingredientes, el cóctel estaba servido.
Luego ha estado la prepotencia y torpeza con la que el PP ha gestionado el conflicto, que ha contribuido lo suyo a que Gamonal se convirtiera en un símbolo de la resistencia ciudadana frente al ejercicio abusivo del poder por quienes utilizan sus mayorías absolutas como cheques en blanco y patentes de corso. No ha sido el alcalde de Burgos y su equipo los únicos que se han visto desbordados por los acontecimientos. Una vez que Gamonal cobra dimensión nacional, es evidente que han sido las altas esferas del PP y del Gobierno las que han ido improvisando sobre la marcha la estrategia a seguir para intentar desactivar la revuelta y minimizar sus efectos. Una estrategia errática que comenzó con la patraña de atribuir los disturbios y enfrentamientos con la policía a "radicales antisistema" ajenos al barrio y que concluyó con la retirada definitiva del proyecto solo unas horas después de que el propio Lacalle y sus concejales se hubieran opuesto a ello en el pleno municipal.
Un episodio en el que, en contraste con la insufrible verborrea del Portavoz de la Junta, los máximos actores de la política en esta comunidad han tenido un papel de muy bajo perfil. Un tanto tardía y parca ha sido la reacción de Juan Vicente Herrera, máximo responsable del PP en la comunidad y para más señas burgalés de pro.
A Herrera no hacía falta explicarle la trastienda del conflicto. Él también es rehén de ese poder fáctico burgalés, beneficiado por infinidad de adjudicaciones, subvenciones y concesiones de la Junta. No es casual la fórmula público-privada aplicada al nuevo Hospital de Burgos, que ha supuesto un sobrecoste de más de 200 millones de euros y ha disparado de 38 a 71 millones el canon anual a abonar a la empresa adjudicataria de su construcción y de la explotación hasta 2037 de 14 servicios no hospitalarios. Un suculento negocio del que no podía estar ausente el tándem adjudicatario del proyecto técnico (Méndez Pozo) y de las obras (Arranz Acinas) del bulevar, socios de la concesionaria del hospital, que para mayor inri preside José María Arribas, el ex presidente de la extinta Caja Burgos, investigado por los millonarios créditos recibidos por sus empresas en condiciones preferentes y sin las debidas garantías de cobro.
¿Y cómo se concibe que, habiendo reducido el Gobierno el conflicto de Gamonal a un mero problema de "orden público", Ramiro Ruíz Medrano tardara seis días en manifestarse públicamente? Era conocida la tendencia del Delegado del Gobierno a ponerse de perfil, pero en este caso ha superado todas las previsiones. Al igual que resulta muy inquietante como han pasado de puntillas en torno a Gamonal la bicefalia socialista y el coordinador regional de IU.
Es evidente que no han sido el alcalde burgalés y el PP los únicos que se han visto desbordados por el fenómeno Gamonal. Lo que ha saltado por los aires es esa perversión de la política que en Burgos ha alcanzado extremos especialmente infectos.
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