Por Irene Serrano
Hace unos días, trasteando por la red, encontré un fragmento de la película de cine mudo de Fritz Lang de 1927 "METRÓPOLIS" a la que un artista anónimo le había puesto, a modo de banda sonora, la música minimalista de Nyman.
La primera vez que vi esta película fue en mis años de universidad, un profesor de Estética y Composición nos la recomendó como obra maestra del expresionismo alemán. Pero lo que realmente me llamó la atención, fue la realidad urbana que predecía para un siglo después. Año 2026, una gran ciudad-estado, completamente estratificada, con dos clases sociales muy diferenciadas. Por un lado, los tecnócratas y poderosos amos del dinero, y por otro, la clase trabajadora, subterránea, invisible para los de arriba. Una visión completamente pesimista sobre el futuro de nuestro mundo.
La primera vez que vi esta película fue en mis años de universidad, un profesor de Estética y Composición nos la recomendó como obra maestra del expresionismo alemán. Pero lo que realmente me llamó la atención, fue la realidad urbana que predecía para un siglo después. Año 2026, una gran ciudad-estado, completamente estratificada, con dos clases sociales muy diferenciadas. Por un lado, los tecnócratas y poderosos amos del dinero, y por otro, la clase trabajadora, subterránea, invisible para los de arriba. Una visión completamente pesimista sobre el futuro de nuestro mundo.
Y esto me lleva a pensar en Marshall, un sociólogo británico coetáneo de Lang aunque bastante más optimista, que reflexionó y mucho, sobre la verdadera ciudadanía, concepto bastante reciente en la historia y que nos conviene conocer. Para entender lo que es, dijo Marshall, tenemos que remontarnos a la Revolución Francesa, es ahí donde se da significado a la ciudadanía civil: la posesión de una serie de derechos individuales frente al Estado (derecho al libre pensamiento, la libertad de expresión, libertad religiosa,… lo que son los derechos humanos básicos). Y la política tiene como función la de velar porque tales derechos no sean soslayados por ninguna clase de poder (ni político, ni religioso, ni militar…).
Más tarde el concepto de la ciudadanía se amplió a lo que llamó la ciudadanía política: el reconocimiento de nuevos derechos como son el de la participación en las instituciones del Estado. Poder elegir a los representantes que solucionen los problemas comunes, los gestores de lo público, y poder presentarse a unas elecciones.
A mediados del siglo XX, las luchas obreras pusieron en evidencia la imposibilidad de garantizar derechos civiles y políticos si no existe una garantía de derechos sociales básicos. Surge así un nuevo concepto: la ciudadanía social. Sin igualdad no puede haber libertad, el Estado debe garantizar a las personas el acceso a determinados bienes (vivienda, salud, trabajo digno, educación…). Así es como nace el llamado Estado del Bienestar y es en Europa donde más nos acercamos al disfrute de éste.
Pero, ¿cuál es la realidad actual? y, ¿cuál va a ser la realidad futura? La que refleja Metrópolis, una sociedad dividida, con ciudadanos invisibles, o la de Marshall, donde hasta el último ciudadano puede disfrutar de unos derechos civiles, políticos y sociales. Díganmelo ustedes…
Time Lapse | Michael Nyman
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