Me quedé sin voz,
comenzó el otoño y mi pelo dejó de crecer,
y en el paladar se adormecía mi silencio.
Me quedé agachada en los portales
confundiendo los números,
y perdí mi sombra,
y dejé de caminar para arrugarme en las esquinas.
Me hice de noche para enterrarme de día
y no reconocí más espacio que el ajeno
donde algunos juegan a volverme invisible.
Mañana será invierno y no habrá cristal
que cierre mis ojos
cuando los túneles decidan vestirse de hielo;
y todo porque un día me até a la soledad
escapando de lo cotidiano,
con el infinito embotellado
y un pedazo de futuro envuelto en una manta.
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