Puesta en escena

Por Irene Serrano

Hace un siglo los líderes europeos interpretaron una exhibición de marionetas que no logró evitar la masacre en los campos de batalla en la I Guerra Mundial; por otra parte hoy intuimos una reiterada y tediosa representación a puerta cerrada en Bruselas. En ella las élites políticas, económicas y financieras de nuestro tiempo nos aburren dando vueltas y más vueltas a los mismos asuntos, careciendo de ideas nuevas y sin ceder un ápice en sus intereses a pesar del cansancio generalizado que producen algunas de sus insaciables y opacas políticas de casino.

Mientras tanto, la gente corriente que ha sido dejada a un lado, se torna cada vez más invisible a la vista de quienes nos gobiernan.

La negociación dialogada a principios de 1989 que culminó con el derribo a martillazos del Muro de Berlín medio año más tarde, tuvo también su puesta en escena. Pero menos vistosas que la demolición del muro fueron estas conversaciones, llamadas de la "Mesa Redonda"; una especie de representación teatral con obertura, guion, actores principales y técnicas de interpretación. Se cuidaron todos los detalles, hasta la elección de los escenarios, y donde Adam Michnik fue uno de los intérpretes estelares llegando a decir:

"Ante Polonia se extienden tres caminos: podemos tomar el descrito en la novela de Konwicki 'Un pequeño Apocalipsis'; podemos optar por la vía iraní, o podemos seguir la española, lo cual significa llegar a un acuerdo para nuestro país que deje de ser una fuerza totalitaria para convertirse en la clase de democracia que no tiene que basarse en la amenaza de los intereses de nadie"

Se estaba refiriendo, como podéis imaginar, a la transición negociada que se vivió en nuestro país desde la década de los 70; proceso que según describe el propio Michnik para el caso de Polonia causa cierta decepción: "El camino de la negociación produce muchas desilusiones, amarguras y una sensación de injusticia y de frustración. Pero no produce víctimas. Sólo se decepcionan los que, después de todo, están vivos"

Ahora, con un panorama que nos muestra un mundo cada vez más peligroso e inseguro, donde cada día surgen nuevos conflictos, con líderes cansados y sin ideas, y en el que se está produciendo un tremendo auge de los nacionalismos inducido por algunas élites, la paz no parece estar asegurada. Tampoco la libertad ni el bienestar, valores que las generaciones actuales siempre hemos dado por supuestos, como si vinieran "de serie" con la democracia, como si no fueran bienes frágiles que pueden desaparecer de un día para otro y que costará mucho volver a recuperar.

Negociar la salida de la crisis entre todas las partes exige una democracia que aspire, de verdad, a la transformación radical de la forma de hacer política con la participación ciudadana, tanto de forma individual como colectiva. Esto es lo que deberíamos estar haciendo en lugar de imponer políticas de dudosos resultados que sólo favorecen a unos pocos. Para ello la primera premisa es que el ciudadano vuelva a ser visible a los ojos de los gobernantes y que sea el principal objetivo de sus políticas.

Si seguimos observando todo lo que ocurre a través de los telediarios como si fuera una película que se repite una y otra vez, deseando que termine o que echen pronto el telón, con los mismos intérpretes e idénticos escenarios, seguirán agudizándose los problemas y podrá hacerse realidad la frase con la que François Mitterrand se despidió ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo "le nationalisme, c'est la guerre", avisando que "la guerra no es sólo el pasado, puede ser también el futuro"

En el tema musical, mi pequeño homenaje a Gustav Holst, un músico y compositor inglés del que seguramente pocos hayamos oído hablar y que, sin embargo, ha influido notablemente en la música cinematográfica del siglo XX, sin que nadie le pusiera en los créditos de películas tan conocidas como Star Wars, Gladiator o Braveheart.

"Júpiter, el mensajero de la alegría" (Los Planetas, Gustav Holst, 1916)

Banda sonora para la película "Braveheart" de James Horner