A pesar de que contamos con al menos 100.000 certezas sobre cómo y qué miraba, hay demasiadas preguntas sin respuesta sobre quién era Vivian Maier. Niñera durante 40 años, murió pobre, sola y sin saber que su secreta y obsesiva pasión, la sacaría del anonimato hasta convertirla en una enigmática y fascinante figura.
El legado de Maier, a quien algunos llaman la Mary Poppins de la fotografía (solo se entendía bien con los niños que cuidaba), se ha convertido en una genuina sorpresa para los especialistas, que asisten atónitos a un corpus fotográfico dotado de una modernidad, personalidad y calidad insólita para los años y las circunstancias en los que fue concebido.
Aquellas instantáneas callejeras tomadas en los años cincuenta y sesenta no eran cualquier cosa, estaban cargadas de talento. ¿Quién había capturado a esos hombres borrachos tirados en una playa o en una acera? ¿A los niños de ojos grandes y cara sucia? ¿A las ancianas con mandiles y mirada desafiante? ¿A las bellas mujeres reflejadas en aún más bellos edificios? ¿Quién era aquella fotógrafa que no temía romper la composición para ir más allá de lo que alcanza el objetivo?
Vivian Dorothea Maier nació un 1 de febrero de 1926 en el barrio del Bronx. Hija de padre austríaco y madre francesa, se sabe más bien poco de ella. Se intuye que pasó gran parte de su infancia en Francia. Cuando el padre las abandonó, la madre convivió una temporada con una pionera de la fotografía, la surrealista Jeanne J. Bertrand. Es posible que ahí naciera su interés y su vocación.
Regresó con su madre a Estados Unidos en el año 39 y diez años después, y un conflicto mundial de por medio, volvería a Francia donde empezó a practicar la fotografía a través del minúsculo visor de su humilde Kodak Brownie sin opciones de enfoques, obturación o apertura.
En 1951 regresó a Nueva York donde trabajó durante cuarenta años como niñera, el que sería el único trabajo de su vida.
Probablemente fueron sus primeros ahorros los que le permitieron comprar su querida y definitiva Rolleiflex. En 1956, decidió trasladarse a Chicago para educar a los 3 hijos de la familia Gensburgs, un hogar que se convertiría con los años en su segunda familia. Durante todos esos años, iba a compaginar sus tareas diarias con su pasión secreta, la fotografía.
Lo primero que Maier pidió en la casa donde trabajó más de 20 años fue un cuarto propio y una cerradura. Le bastaba con una habitación propia para crear. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó durante lustros entre aquellas cuatro paredes, pero lo cierto es que los niños a los que cuidó jamás conocieron el secreto de su querida nanny.
Extremadamente reservada, en sus días libres, Vivian hacía fotos de escenas cotidianas de Chicago y Nueva York, vidas invisibles captadas con su Rolleiflex que luego celosamente escondía a los ojos de los demás.
Maier llegó a imprimir solo unos pocos negativos, probablemente por falta de dinero. Sólo tomaba fotos sin descanso y sin que aparentemente le importara el resultado final. También coleccionaba libros de arte y las esquelas de los periódicos. De una de ellas sacó el relato de una de sus películas en Super 8. Es la historia de una madre y un hijo asesinados. Maier fue con su cámara y rodó primero el supermercado donde la madre trabajaba, luego la casa donde vivía con el hijo, y así, uno a uno, todos los lugares a los que aquellas pobres almas jamás volverían.
Fotografiaba por regla general, en blanco y negro para luego, a partir de los años 70 pasar a utilizar el color, utilizándolo de forma muy vanguardista. Vivian capturaba un poco de todo a su alrededor. Le atraían en particular los edificios y la gente, los niños, mayores, mujeres e indigentes. Se emocionaba con el ambiente callejero de los años 50 y 60 y se dice que no repetía escenas.
Siempre salía llevando al cuello su cámara de fotos, que era un rasgo de su presencia personal, tan invariable como sus grandes abrigos o gabardinas, sus sombreros de alas caídas, sus camisas masculinas o sus zapatos negros y austeros de tacón bajo.
Todos los dueños de las casas en las que vivió y todos los niños a los que cuidó la vieron siempre con la cámara, pero nadie mostró jamás la menor curiosidad por saber lo que hacía con ella. Tampoco ella hizo, que se sepa, el menor esfuerzo por mostrar el resultado de una tarea en la que ponía los cinco sentidos, que llenaba sus horas de caminatas solitarias por la ciudad en sus días o tardes libres y de la que seguía ocupándose incluso cuando sacaba a pasear a los niños.
El secreto de Vivian Maier es doble, porque no se sabe qué la impulsaba a tomar fotos sin cesar ni cuál fue su formación, pero tampoco se sabe por qué eligió mantener secreta una afición que le importaba tanto y para la que tenía tanto talento. En los cajones de papeles y de toda clase de materiales que acumuló Vivian Maier a lo largo de su vida no hay ni un solo testimonio, ni una carta, ni una reflexión, ni un solo indicio de sus ideas sobre la fotografía. Se jubiló ya mayor y dejó casi todo lo que había acumulado a lo largo de la vida en cuartos trasteros o garajes de sus antiguos patronos.
En un momento dado, Maier pasó casi un año viajando alrededor del mundo (Los Ángeles, Egipto, Malasia, Filipinas, Bangkok, Italia), con la única compañía de su cámara. El como se financió estos viajes es otro misterio que aún está pendiente de resolver.
Al final de sus días, Maier malvivía en el apartamento que tres de los niños que había criado le pagaban por caridad y en el que finalmente murió en 2009, a los 83 años, en la más absoluta soledad.
Un día, la casualidad quiso cambiar el destino. En 2007, un historiador aficionado de 27 años, John Maloof, compró en una subasta de muebles y objetos antiguos un lote de cajas con innumerables negativos fotográficos que podía servirle de ayuda para un libro en el que trabajaba acerca de su barrio.
Cuando Maloof desempolvó el contenido lo desechó para su investigación, pero decidió revelar una parte y revenderla en Internet. Fue entonces cuando el crítico e historiador de fotografía Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que siguiera dispersando aquel material prodigioso.
Ello hizo que se pusiese nuevamente a revisar su adquisición. Empezó entonces un estudio minucioso de los negativos y al comprobar la calidad de las imágenes, decidió comprar el resto de cajas. A pesar de tomar esta decisión seguía sin saber prácticamente nada del autor de sus adquisiciones. Maloof quería conocerlo en persona, así que indagó en la empresa que realizaba la subasta, donde le dijeron que pertenecieran a una anciana que se encontraba mal de salud, pero desconocían su nombre.
Un día a finales de abril del 2009, cuando ya había transcurrido más de un año desde que Maloof adquiriera la primera caja de negativos, revisando una de las cajas, este encontró por casualidad un sobre de un laboratorio fotográfico y garabateado a lápiz el nombre de "Vivian Maier". Al fín sabía quién era la autora de tal ingente cantidad de negativos. Escribió en Google el nombre y todo lo que encontró fue una esquela en el Chicago Tribune. Vivian Maier había fallecido 3 días antes del hallazgo. La esquela había sido puesta por aquellos 3 niños de los que ella se había ocupado cuando llegó a Chicago.
Maloof, consciente del valor de la obra perdida, decidió entonces promover el trabajo de Vivian Maier y salvaguardar este impresionante archivo para las futuras generaciones. Un archivo de aproximadamente 100.000 a 150.000 negativos, cientos de rollos de películas caseras, entrevistas de audio, cámaras fotográficas y documentos que representan el 90 por ciento del trabajo de Maier, uno de los más sorprendentes tesoros recién descubiertos de la fotografía del s.XX.
La vida de Vivian Maier es una de esas historias dignas de la mejor de las películas de Hollywood. La que posiblemente sea una de las mejores fotógrafas urbanas de la segunda mitad del siglo XX, irrumpe en la historia en 2007 gracias a una casualidad que de no haber sucedido, quizás la hubiéramos perdido para siempre. Ahora es su descubridor quien gestiona y promociona su archivo.
John Maloof, resume la forma en que la describen los niños que ella crió:
"Era socialista, feminista, un crítico de cine, y no tenía miedo de decir lo que sea. Aprendió inglés yendo a las obras de teatro que ella amaba. Llevaba una chaqueta de hombre, zapatos de hombre y un gran sombrero, la mayor parte del tiempo. Ella estaba constantemente tomando fotos que no enseñó nadie"
Valladolid recibió en mayo de 2013 una exposición única que contribuyó a proyectar este personaje tan sumamente misterioso hacía el rango de una de las grandes fotógrafas de la Street Photography, junto con Garry Winogrand, Diane Arbus, Robert Frank o William Klein.
La exposición contó con un archivo único y nunca exhibido antes. Más de 120 fotografías y vídeos que recrearon perfectamente la atmósfera y la vida de la artista.
Fuentes:
Vivian Maier (página oficial)
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