Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

30 de enero de 2015

Érase una vez un soñador...

Érase una vez un soñador, un ilusionista, que quiso capturar los sueños, y lo consiguió. Érase una vez Georges Méliès, "el mago del cine"

Georges Méliès nació el 8 de diciembre de 1861 en el boulevard Saint-Martin de París. Su padre era un conocido empresario del calzado parisino. Como el patrimonio de los Méliès así lo permite, el pequeño recibe una educación esmerada en el Liceo Imperial de Vanves y, pasados unos años, en el Liceo Louis-le-Grand. Pronto llama la atención de sus maestros con una sorprendente habilidad para el dibujo, aunque no parece tentarle el arte pictórico, sino simplemente la realización de caricaturas.

Es el año 1881 y su vida está a punto de dar un vuelco definitivo. Su padre hace efectiva una decisión que ha meditado largamente: enviarlo a Inglaterra, para que complete su aprendizaje profesional en los talleres de un amigo londinense. Apasionado de la cultura anglosajona, Méliès hace lo imposible por aprender el idioma inglés, pero sus limitaciones en este sentido son grandes, así que el tiempo libre lo ocupa en espectáculos donde no es preciso entender los diálogos. El baile y, particularmente, la magia serán sus dos pasiones de espectador. Por la noche, después de cumplir con sus deberes diarios, acude a un afamado teatro de Londres, el Egyptian Hall, donde los mejores prestidigitadores locales realizan sus números. Decidido a convertirse en uno de ellos, pronto aprende algunos trucos y, sobre todo, estudia las técnicas mecánicas que los magos ingleses emplean en sus montajes.

En 1885 contrae matrimonio con una bella joven de origen holandés, que además aporta a la pareja una fuerte suma monetaria en concepto de dote. Este desahogo económico anima al futuro cineasta en la aventura de convertirse en el mejor mago de la capital francesa.

Fascina al público de la Galerie Vivienne y, más tarde, a los espectadores que acuden al Théâtre d'Illusions, donde había ganado fama el magistral Robert-Houdin, uno de los más conocidos ilusionistas de la primera mitad del siglo XIX. Tanta es la fortuna de Méliès en ese escenario, que en 1888 decide comprarlo, para así poder explotar debidamente todas sus posibilidades en el mundo del espectáculo. En 1895 era ya un prestidigitador de reconocido prestigio. Mientras tanto, combinó sus labores de director del teatro con las de reportero y dibujante en el periódico satírico La Griffe.

El 28 de diciembre de 1895 Méliès, dio un nuevo giro a su vida cuando asistió invitado por los Lumière a la primera representación del Cinematógrafo. Méliès quedó impresionado y su inagotable mente le dio inmediatamente ideas. Sin perder tiempo, al acabar la función se dirigió al padre de los Lumière y le preguntó por el precio del aparato pero éstos, temiendo su competencia, se negaron a vendérselo. El mago consiguió entonces el proyector de Robert W. Paul y comenzó a realizar sus propias películas. Empieza como el resto de los ilusionistas aficionados al cine, rodando números de magia y tomas de paisajes, pero pronto se concentra en escenas cotidianas al estilo de los Lumière, proyectándolas como un número más del espectáculo en el teatro que regenta.

Su deseo por crear sus propias películas le llevó a transformar el artilugio de Paul en una cámara con la que rodó su primer filme Partida de naipes. En 1896 proyectó las primeras películas en su teatro Robert Houdin; eran pequeñas escenas al aire libre, documentales similares a las de los hermanos Lumière

Desde 1896 Méliès alterna el rodaje en exteriores con el uso de un estudio que ha construido en sus posesiones de Montreuil-sous-Bois. Estas instalaciones, relativamente cercanas a los centros de exhibición parisinos, le cuestan una enorme suma de dinero, pero pronto logra beneficiarse de sus ventajas, pues concentra allí muchos artilugios que, como si se tratara de un moderno taller de efectos especiales, le sirven para desarrollar sus cada vez más complicados trucajes.

Con una indiscutible capacidad como director, Méliès coordina personalmente al equipo de carpinteros y decoradores que elaboran las escenografías, dirige a las bailarinas e incluso se encarga de supervisar maquillajes y vestuarios. Además, encarga la construcción de fosos y plataformas en el estudio, para así integrar mejor los distintos aparejos que idea en las filmaciones.

Pronto este estudio se queda pequeño y Méliès diseña un segundo centro de filmación en la calle Galliéni, también en París. El equipo artístico procede de los teatros Châtelet y Robert-Houdin, aunque, por lo general, Méliès suele encarnar los papeles protagonistas. En rodajes más sofisticados, llega a contratar a las bailarinas del Teatro de la Ópera, cuya extraordinaria reputación garantiza la afluencia de público a las proyecciones.

El cineasta francés rueda en 1897 Gugusse et l'automate, una película en la que aparecía el primer robot de la historia del cine. El ser, animado por la electricidad, pronto conoció numerosas derivaciones. De hecho, la definitiva popularización de la energía eléctrica origina una moda de películas en las que la electricidad es la protagonista.

El español Segundo de Chomón haría su sobresaliente aportación a la moda eléctrica con El hotel eléctrico (1908).

Chomón es otro de los cineastas que se cruzan en la vida de Méliès. La esposa del español, Julienne, se encargaba de supervisar al grupo de artesanas que coloreaban, fotograma a fotograma, las películas de Georges Méliès. A la vista de tan dificultosa tarea, Chomón idea un sistema de tramas que permite colorear la parte correspondiente de cada fotograma, ahorrando tiempo y trabajo. Aunque Méliès rechaza el sistema, admite que Chomón sea su representante en Barcelona. Poco tiempo después, ambos competirán estrechamente en el ámbito de los efectos especiales.

Entre 1899 y 1912 realizó cerca de cuatrocientos filmes, en su mayoría comedias de tono burlesco y desenfadado, entre las que destacan Cleopatra (1899), Cristo andando sobre las aguas (1899), El hombre de la cabeza de goma (1901), la célebre Viaje a la Luna (1902), El viaje a través de lo imposible (1904) y Hamlet (1908)

Para Méliès el cine era un instrumento para poner en práctica sus habilidades ilusionistas. Nunca pensó que estuviera desarrollando un nuevo arte. La única diferencia que veía entre la linterna mágica y el cine era que este último era un juguete más sofisticado que le permitía mostrar todos sus trucos. Todas sus funciones estaban precedidas por la conveniente introducción al público. Su experiencia le llevó a inventar varios efectos cinematográficos que pasaron a la historia en el cine de animación.

Méliès intentó distribuir comercialmente Viaje a la Luna en Estados Unidos. Técnicos que trabajaban para Thomas Alva Edison lograron hacer copias de la película y las distribuyeron por toda norteamérica. A pesar de que fue un éxito, Méliès nunca recibió dinero por su explotación. El monopolio de la industria cinematográfica (Edison en Estados Unidos y Pathé en Francia), junto con la llegada de la Primera Guerra Mundial, afectaron a su negocio, que fue declinando sin remedio.

Para subsistir, Méliès se vio obligado a trabajar para Pathé y Edison. Firmó un contrato en el que se comprometía a proporcionar 300 metros de película semanales a este último, lo que le forzaba a trabajar a marchas forzadas. Como se demostraría al poco tiempo, Méliès no estaba hecho para la producción en cadena. Al contrario que los Pathé o los Edison, él no producía películas como si fuesen churros. Para colmo de males, las obras que realizaba para Pathé sufrían amputaciones por parte de Ferdinand Zecca, el operador con más autoridad dentro de la productora y del que se rumoreaba sentía una gran envidia por Méliès.

Méliès sufre un golpe aún más terrible con el fallecimiento de su esposa en 1913. Se retiró de todo contacto con el cine y, arruinado, se vio obligado a vender sus propiedades y, en un ataque de desesperación, destruyó una colección de 500 negativos.

De 1915 a 1923, Méliès montó numerosos espectáculos en uno de sus dos estudios cinematográficos transformado en teatro. En 1923, acosado por las deudas, tuvo que abandonar Montreuil. Muy a su pesar, Méliès dijo adiós al cine, pero siguió empeñado en continuar en el mundo del espectáculo, que era lo que le insuflaba vida. 


En 1925, cuando contaba sesenta y cuatro años, se casó en segundas nupcias con Jeanne D’Alcy, su musa, la actriz a la que hacía desaparecer en Escamoteo de una dama y a la que luego convertía en esqueleto. Casi no tenían donde caerse muertos, pero ella acababa de heredar un quiosco de juguetes en la Estación de Montparnasse. Era un buen lugar donde sentar la cabeza después de una vida de lucha y sacrificio. Y allí ocupaba su tiempo Méliès, que de ser uno de los genios de la escena francesa pasó a convertirse en humilde vendedor.

En 1928, el intelectual Léon Druhot acude a la tienda y descubre en el rostro del vendedor a uno de los padres del cine francés. Después de que los surrealistas lo redescubran, Méliès se convierte en un objeto de culto de minorías, pero a pesar de los esfuerzos de sus nuevos protectores, jamás reingresa en los medios de producción cinematográfica. En lugar de eso, continúa trabajando en su kiosco de Montparnasse.

Por fortuna, su situación es algo mejor en los últimos años. La Mutualidad del Cine Francés se ocupó de su bienestar a partir de 1932. Vivió en el Castillo de Orly, donde redactó sus emotivas memorias y recibía a los jóvenes cineastas que iban a visitarlo, como si se tratara de una reliquia de tiempos pasados. 

Aquel encuentro casual se culminó en la gala Méliès, celebrada en 1929 en la sala Pleyel, donde pudieron proyectarse ocho de sus películas, milagrosamente recuperadas. En 1931 fue reconocido con la Legión de Honor  por toda su trayectoria.

En 1938 se le diagnostica un cáncer. Su final está lleno de patetismo, soporta terribles dolores y unas curas que apenas logran retrasar unos días el momento de su muerte. Para entonces, los espectadores le han olvidado y acuden en masa a ver películas sonoras e incluso en color. Sólo el paso del tiempo logrará que los historiadores del cine reivindiquen su nombre como uno de los cineastas más importantes de la historia.

Murió en París el 21 de enero de 1938. En su lápida puede leerse:

"Georges Méliès: creador del espectáculo cinematográfico"

Poco antes de la muerte de Méliès, en 1938, Henri Langlois, creador de la Cinemateca francesa recuperó y restauró parte de sus películas.

Un descubrimiento en el archivo de la Filmoteca de Cataluña, en 1993, hizo resurgir la figura de Georges Méliès. La copia original de Viaje a la Luna, de 1902, coloreada a mano, fue encontrada en estado precario y sometida a un largo proceso de recuperación. Hasta entonces, se creía que la única versión coloreada de la película estaba perdida.

Con gran importancia para la historia del cine, esa compleja restauración fue finalizada en el año 2010 y recuperó 13.375 fotogramas. El filme mudo de 16 minutos, ganó una banda sonora compuesta por el dúo francés de música electrónica AIR y se estreno en el Festival de Cannes de 2011, mismo año en que fue estrenada la película La Invención de Hugo Cabret, de Martin Scorsese (recomiendo verla).



Fuente: Texto extraido de www.mcnbiografias.com


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