Lo ha dicho: Jonathan Swift (1667-1745)

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él"

6 de diciembre de 2014

"The Big O"


El 6 de diciembre de 1988 fallecía de un ataque al corazón Roy Orbison. Recordamos hoy su figura a través de su música.

El inmenso tupé y las gruesas gafas de pasta apenas ocultaban su rostro redondo y aniñado, un cantante capaz de helar la sangre con un tenue murmullo. Pero aquel peinado y aquellas gafas tampoco conseguían mitigar la profunda tristeza de un hombre marcado por la mala fortuna y por un destino cruel.

Siempre vestido de negro, como su amigo Johnny Cash, el joven Roy llenaba el escenario de carisma y abrumaba al micrófono con una voz rota y arenosa, pero al bajarse del escenario volvía a ser un hombre débil e inseguro, enamoradizo y tímido, un músico perseguido por un destino cruel que cercenó la carrera de uno de los artistas más dotados de los años cincuenta, un músico que tendría que esperar a la nueva década para conocer la fama. 

Roy Orbison dio sus primeros pasos discográficos bajo sello Sun Records, el mismo que había puesto en el mapa a Johnny Cash, Carl Perkins y Elvis Presley. En la ciudad texana de Wink formó The Teen Kings, grupo con el que terminaría plastificando sus primeros singles para Sun. 

Empezó a componer su propio material - ¡Go, Go, Go! (1956) es la primera canción que firmó - e incluso alguna de sus partituras fueron utilizada por ilustres terceros como The Everly Brothers. Pero su relación con el sello nunca fue fluida y Orbison decidió abandonar el nido en 1958.


Uno de los momentos cruciales en la trayectoria de Orbison es su encuentro con el guitarrista y productor Chet Atkins que supo reorientar su trabajo hacia un sonido más dulce, armónico y arreglado (el Nahsville Sound). Llegó a grabar algunas canciones para este sello, pero el asunto no llegó a cuajar. Roy tampoco flaqueó y firmó contrato con una discográfica recién nacida, Monument, que terminaría siendo clave en su biografía.

A partir de entonces su carrera empezó a despegar, coincidiendo con el declive del rockabilly y el auge del pop orientado al público adolescente. Su voz, de amplísimo rango, profunda y vulnerable, empezó a hacer mella en las listas de éxito norteamericanas. Y canciones como Only the Lonely (Know the Way I Feel) (1960) o Crying (1961), exquisitamente interpretadas por un cantante que no temía al melodrama, rozaron el número uno en todos los estados de la Unión. 


En 1964, con la Beatlemanía haciendo estragos en Estados Unidos y la Invasión Británica en puertas, volvió a colocar una de sus canciones en lo más alto de los charts norteamericanos. Se titulaba Oh, Pretty Woman y también arrasó en el Reino Unido. Una proeza, habida cuenta del contexto. La vida parecía sonreír al de las gafas ahumadas, pero en realidad reservaba sus peores cartas. Claudette, su primera esposa, murió en un accidente de moto en 1966. Dos años más tarde, mientras giraba por Inglaterra, recibió la peor noticia posible: la casa de Nashville se había incendiado y sus dos hijos mayores habían fallecido. Firmó un contrato millonario con MGM Records, pero ninguno de sus trabajos de la segunda mitad de los sesenta tuvo éxito en su país.


Durante los años setenta, el músico texano siguió editando álbumes, pero el giro musical de aquella época le alejó del público joven y poco a poco su triste figura fue cayendo a un segundo plano. Orbison se resignó y aceptó su destino, un destino trágico y vengativo que no daría más oportunidades al músico durante años.

Pero la suerte daría un nuevo giro. A finales de los setenta, una nueva generación de artistas reclamó la figura y la influencia de Orbison en la música y alabó el talento de ese cantante melancólico y ensombrecido.

En los ochenta, su carrera dio un nuevo salto gracias a la aventura de los Traveling Wilburys, la banda formada por George Harrison, Bob Dylan, Tom Petty y Jeff Lynne. Aquella aventura relanzó el espíritu de Roy, junto a sus amigos, grandes artistas que respetaban el legado de Orbinson, el cantante volvió a sonreír. En el nuevo proyecto, la voz de Orbison volvió a flotar sobre la música, a bailar con ella, a mostrar la siniestra dulzura de uno de los mejores baladistas de la historia de la música. Aunque aquella reconciliación no duró demasiado.


El 6 de diciembre de 1988, Roy Orbison moría de un ataque al corazón. Tenía 52 años y su estrella volvía a brillar tras muchos altibajos. Tras su muerte, el mundo de la música se rindió a la poderosa voz del hombre más triste de la música, de un artista a caballo entre géneros y estilos que fue capaz de conmover, seducir y entristecer y cuya obra y vida quedaron marcadas por la muerte, la soledad y el drama.

Acababa de terminar la grabación de Mystery Girl, álbum con el que cosechó los últimos éxitos ya a título póstumo.



Fuentes: 
Rolling Stone
Cadena Ser

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