Por Irene Serrano
Ayer, leyendo en la prensa del domingo "¿El final de los partidos?" de Daniel Innerarity, filósofo y ensayista español, cuya prosa me hace pensar, me llamó la atención algo que decía, no sé bien si con alguna intención concreta:
"…no simplifiquemos la complejidad de la vida democrática al esquema populista de un pueblo-víctima, sano y virtuoso, opuesto a un cuadro institucional corrupto y desorientado, un esquema que encuentra ardientes defensores en todo el arco ideológico; que tienen en común la estigmatización de todo lo que parece oponerse a la homogeneidad del pueblo imaginario…"
Claro que dentro del "pueblo" hay cooperadores necesarios de los delitos de cargos institucionales, e incluso inductores en numerosas ocasiones. Esto me hace recordar a un personaje de nuestra historia, Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, más conocido, sobre todo en Valladolid, como el duque de Lerma.
Se hizo muy rico con el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos, delitos todos que nos resultan familiares hoy. El traslado de la Corte de Madrid a Valladolid en 1601 y el regreso de nuevo a Madrid en 1606, no fue sino una operación inmobiliaria especulativa de suelo urdida por el influyente valido de Felipe III, quien iba comprando las fincas, donde la corte había de instalarse, a precio de saldo y cobrándose las plusvalías generadas gracias a la información privilegiada que manejaba. También hizo construir su megaproyecto como todo 'poderoso' que se precie, en la ciudad de Lerma; con dinero propio, eso sí, gastando en ella una fortuna, para construir una de las plazas más grandes de España, mayor que la de Salamanca.
Por supuesto que la realidad no la podemos simplificar, no estamos en el siglo XVII, el pueblo hoy no es víctima porque entre otras cosas tiene el poder de organizarse, de asociarse, de defenderse de estos atropellos y, si no lo hace, si deja que otros sean los que gestionen y administren lo público, entonces será el responsable primero de lo que le ocurra.
Sin embargo, seguimos leyendo hechos parecidos a los de nuestro duque. Vemos que se ha venido haciendo y deshaciendo la ciudad sin contar con los ciudadanos, que en Madrid se ha procedido a la doble recalificación de los terrenos de la antigua y la nueva ciudad deportiva del Real Madrid, donde unas parcelas de uso deportivo fueron habilitadas para ejecutar cuatro grandes torres, un enorme volumen edificado en uno de los espacios más caros de la capital.
O las ciudades de la imagen, del golf, la ciudad financiera del Santander, los parques temáticos, promovidos y financiados por cajas de ahorros, y con dinero privado, cuando sólo escondían operaciones inmobiliarias de suelo, con alto contenido especulativo.
Algunas incluso contribuyeron a arruinar a estas cajas: es el caso de la operación Reino de Don Quijote en Ciudad Real que sirvió para construir un aeropuerto privado financiado por Caja Castilla La Mancha y que debía ser utilizado por los ricos extranjeros que vinieran a jugar al nuevo casino utilizado como pretexto. Esto me recuerda mucho a lo hoy pretendido con Eurovegas.
Sigue habiendo duques de Lerma: los lobbies, grandes entidades financieras, inmobiliarias y constructoras, algunos partidos políticos, clubs de fútbol,… con poder o acceso a los poderosos para realizar estos cambalaches.
¿Qué puede hacer el individuo para contrarrestar este poder? ¿Cómo puede defenderse de estos agravios? Sobre todo teniendo en cuenta que los grandes proyectos, las megalomanías de hoy se pagan con dinero de los contribuyentes, sólo éstos hacen posible que con dinero público se generen beneficios para unos pocos, como puede llegar a ocurrir con los Juegos Olímpicos de Madrid 2020.
Una solución: más jueces independientes, más fiscales expertos en urbanismo y en medio ambiente, más fiscales anti-corrupción, más democracia, una sociedad civil más activa, más exigente y sobre todo, mejor informada. Si esto se llega a conseguir algún día entonces la ciudadanía tendrá plena responsabilidad en lo que le suceda, mientras tanto, Sr. Innerarity, no compare la fuerza de David y la de Goliat.
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