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Inmediatamente después de conocerse los resultados de unas elecciones, los políticos explican por qué todos ellos han ganado y los comentaristas comienzan con sus análisis de urgencia. Cuando, además, no se sabe quien va a ser el Presidente del Gobierno, las especulaciones de pactos, componendas, compromisos y demás artilugios para alcanzar el poder se disparan. Y la verdad es que —al menos a mi— me resulta muy cansino, porque encontrar análisis objetivos, esto es, que no sean fruto de fobias, filias o intereses variados, se me antoja, a la vista de lo que veo, bastante complicado.
Pocas ideas claras: Perdiendo 60 diputados el PP gana. Perdiendo menos, pero perdiendo diputados, el PSOE salva los muebles. Entre ambos tienen mayoría absoluta en el Parlamento. De momento el Sistema (PPPSOE) sigue controlando la escena. Podemos obtiene gran resultado con tendencia creciente. Ciudadanos no consigue las expectativas marcadas y pierde glamour, con lo que, guste o disguste, su tendencia es decreciente. Es lo que hay, al margen, como digo de fobias, filias o intereses varios.
Dije en la noche electoral y repito: no hay mas solución que un pacto PP-PSOE. O nuevas elecciones. Esa noche en el programa de Intereconomía me miraron con cara rara al oír ese aserto. Al día siguiente todo el mundo hablaba de ese acuerdo…
El pacto puede ser expreso o tácito. Puede consistir en una simple abstención. Es decir: el pacto se pacta de palabra y se instrumenta en el modo y manera que cause menos perjuicio. ¿Por qué ese pacto? Por varias razones. Porque lo impone la UE. Al no tener el control de la soberanía monetaria, la capacidad de presión de la UE es inmensa. Recordemos el tremendo espectáculo de Grecia con su referéndum y demás. Al final, cedieron. Así que si la UE se empeña pocas salidas quedan. Y se va a empeñar seguro. No le apetece el escenario de un nuevo Syriza en un país con España.