"… nosotros somos los países auténticos, no las fronteras trazadas en los mapas, con los nombres de hombres poderosos,… sólo eso he deseado, una tierra sin mapas" (El paciente inglés, Anthony Minghella)
Hace unos días volví a ver esta película y, como conozco bien el argumento, me dejé llevar por la fotografía, la música y los sonidos del desierto, sus diálogos y, sobre todo, sus monólogos, como si estuviera escuchando a un cuarteto de cuerda interpretando música barroca. Sin pensar en nada más, disfrutando sólo de tanta belleza.
Una parte de la historia discurre durante la II Guerra Mundial. En un monasterio italiano abandonado coinciden cuatro personajes de vidas azarosas: el conde húngaro Laszlo Almásy (Ralph Fiennes) gravemente herido; Hana (Juliette Binoche), la enfermera que le cuida; un antiguo espía canadiense torturado, interpretado por Willem Dafoe; y Kip, un artificiero indio de origen sij perteneciente al ejército británico. Pero no es de esta película de lo que hoy quiero hablar.
En esa contienda, cada país tenía claro quiénes eran sus enemigos. La Resistencia francesa se defendió de forma heroica de la invasión del ejército nazi. Los británicos se enfrentaron a los italianos y alemanes en el norte de África. El ejército aliado conocía bien cuáles eran sus objetivos. Todos sabían contra quién y por qué luchaban.