Por Mario Conde
Una de las consecuencias derivadas de la situación actual ha sido traer a exposición pública el papel del Rey y su obligada consecuencia: preguntarse qué hace, qué puede hacer y para qué sirve.
Uno puede ser monárquico o republicano. Pero en cualquier caso debe contemplar con objetividad lo que estamos viviendo, y la conclusión mayoritaria es que en estas circunstancias el papel del Rey no es el mas brillante. Ya antes del proceso de consultas recibió algunas críticas, mas o menos fundadas, pero que se generalizaron, no sólo por su decisión de mantenerse totalmente ausente del debate actual, sino, además, por cuestiones puramente estéticas en el mensaje navideño. Pero ahora la cuestión es mas profunda.
Ha iniciado como marca la Constitución eso que llaman "consultas" y se ha encontrado con la sorpresa de que algunas fuerzas políticas con representación parlamentaria han dicho con luz y taquígrafos que no acuden a palacio porque "no es su rey". Vamos que niegan la Constitución, dicho claro y por derecho. Y lo dicen y nada sucede. Bueno, algo si: que erosionan la autoridad moral del Rey y no le dejan en buen papel.
Ciertamente es poco agradable contemplar al Rey recibiendo a grupos parlamentarios a consultas cuando todos sabemos que carece de poderes reales en este proceso. Las elecciones sirven para definir el Gobierno de la nación. De momento han fracasado, porque nadie tiene mayoría absoluta y las negociaciones pactistas no parece que van por buen camino. ¿Puede el Rey contribuir a solucionar este problema?
La respuesta es rotunda: jurídicamente no. Obvio que puede en secreto y en conversaciones privadas charlar, animar, sugerir y lo que se quiera, que el diccionario es muy amplio. Pero decidir, lo que se dice tomar una decisión, sencillamente no.
Eso de que el Rey propone el candidato a Presidente al Congreso de los Diputados es una mera formalidad sin contenido sustancial alguno. En la época de las mayorías absolutas el Rey se limitaba a proponer al líder del partido que la alcanzó. Punto y final. Solo podía hacer eso. Nada más. Y ahora que estamos en época de minorías sólo puede proponer al candidato que salga del consenso de los partidos. Sea quien sea. Siempre que existan posibilidades de ser aprobado por la Cámara.
Imaginemos que el Rey se considera capaz de tomar una iniciativa al margen del consenso de los partidos y propone un candidato, sea quien sea. Formalmente es una propuesta del Rey. ¿Qué pasa si el Parlamento no la aprueba? Pues que rechaza una propuesta del Rey. Eso me parece que en términos de sustancia política es grave, pero llevadero. Sin embargo, en el plano de imagen de la Monarquía — ya muy tocada — tendría consecuencias irreparables.
Así que la cuestión es: el Rey con sus consultas no puede decidir sustancia política alguna. No puede remediar esta situación. Su llamado poder arbitral es a estos efectos inerte. Es inevitable entonces que algunos se pregunten: ¿para qué sirve entonces el Rey? Y esa pregunta, en estos tiempos, horada el basamento de la monarquía, nos guste o nos disguste. Otra cosa es que unos consideren que eso es positivo y otros negativo. Pero en todo caso es lo que estamos viendo.
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