Por Mario Conde
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La "adaptabilidad al medio" del que hacen gala ciertos políticos, no todos, desde luego, pero en una alícuota nada despreciable, se extiende a zonas inevitables del lenguaje.
Resulta que Rajoy, cuando ganó las elecciones hace ahora unos cuantos años, enfatizó en una serie de promesas electorales a las que consideró piezas capitales de su política e instrumentos inevitables e imprescindibles para conseguir el progreso económico y social de la sociedad que dejó Zapatero. Una y otra vez escucharon los que quisieron oír las reiteradas recetas convertidas, como digo, en pilares del resurgimiento.
Pero el tiempo, ese que todo lo sanciona, demostró dos cosas. La primera, que esas promesas fueron reiteradamente incumplidas. La segunda, que en lugar del resurgir económico y social, el verdadero logro consistió en incrementar de modo exponencial las tasas de paro, pobreza y descontento social, demoliendo de paso a la clase media.
Comprendo que a algunos, quizás muchos, les moleste este aserto pero basta con asomarse a cualquier rincón de la geografía española para darse cuenta de que ni se trata de demagogia ni de intención de dañar al PP ni a su presidente. Sencillamente es esa terrible dictadura del hecho. Bien es verdad que ciertos número macroeconómicos están mejorando algo en la actualidad y que la economía crece. Pero ¿llega ese crecimiento a todas las capas sociales? Me parece que no.
Rajoy lo justificó - me refiero a su incumplimiento - con diversas apelaciones, unas veces al desastre dejado por Zapatero - que conocía bien antes de llegar a la Presidencia - otras a las imposiciones del UE - las menos - y las más a la inevitabilidad de eso que llaman una política ortodoxa. Bien: excusas hay muchas. Incumplimientos, también.
¿Tendrían la decencia política los emergentes que acusaron a la "casta" de faltar a sus promesas electorales, de ser ellos coherentes con las que llevan en sus programas? Ya sospechábamos que no, pero un pequeño rincón para la duda anidaba en el alma colectiva.
Hoy, la juez Carmena, alcaldesa de Madrid, resulta que ya no va a crear un banco público municipal. Lo prometió como instrumento "para reforzar la autonomía financiera municipal" y "como herramienta de financiación de proyectos sociales y de empresas y cooperativas que fomenten la economía productiva". Ni mas ni menos...
Pues nada. Que no. Que no lo crea. ¿Y eso? He aquí las maravillas del lenguaje: nos asegura que eso no eran promesas electorales. ¿Entonces qué eran? Esta es la respuesta de Carmena: "un conjunto de sugerencias"
Al principio me hizo gracia al leerlo. Ahora simplemente constato que son todos iguales en lo esencial. Se diferencian en los vocablos, en el lenguaje. Al menos esto de sugerencias no deja de ser creativo, al tiempo que, de no ser trágico, resultaría divertido. Y mientras tanto, Ciudadanos sanciona a los que osan tener criterio propio y no seguir las órdenes del partido en materia de voto… Es que no acaban de entender los elegidos de Ciudadanos que deben ser meros seguidores de la voluntad del jefe…
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