Por Mario Conde
Mi primer destino como abogado del Estado fue Toledo. Allí llegué concluida la oposición en un mes de junio, creo recordar. Contaba entonces 24 años. Allí viví durante algo mas de un año hasta que me destinaron a Madrid.
Fue una época fascinante en muchos aspectos. Toledo es una ciudad que encierra un caudal de información en sí misma tan poderoso que impresiona. Claro que hay que saber descubrirlo. Mi amigo Jose Ignacio Carmoma está realizando una labor algo mas que encomiable en el descubrimiento de lo judío en la llamada ciudad imperial. Toledo es pieza capital en la historia de España. Dicen que Carlos V pronunció esta frase: si quieres engrandecer tus reinos pon la capital en Toledo; si quieres perderlos, sitúala en Madrid. No sé si es cierta la frase o pertenece a una suerte de leyenda urbana o tiene rigor histórico.
Lo cierto es que ayer me impresionó la procesión del Corpus. Ante todo por el efecto masa, la cantidad increíble de gente que asistió . Cierto que al ser fiesta en Madrid se facilita el número de visitantes, pero en todo caso impacta. Ocupé un lugar verdaderamente privilegiado para observar con detalle desde una balconada situada de tal manera que casi podías tocar con las manos estandartes e imaginería. Pero no paraba de preguntarme: ¿qué es esto, un acto de fervor católico o un espectáculo de luz, color, sonido y algo de vanidades?
Es inevitable la dimensión de espectáculo. Si no existiera no tendríamos la asistencia que contemplamos. Y eso provoca que por encima de su dimensión religiosa pura se trata de un acto de valor cultural. Por ello empeñarse desde el laicismos radicales en suprimir este tipo de eventos es un error de concepto. Se trata de tradiciones que superan la dimensión estrictamente católica para incardinarse en una cultura de sabor popular. ¿Perjudicial? No veo por qué. No me lo parece. La maduración de las gentes provoca que poco a poco se dimensionen las cosas de modo correcto.
Dejemos a los que sienten fervor religioso que lo manifiesten y lo vivan a su manera, y permitamos que las tradiciones que forman parte de nuestra cultura sobrevivan a extremismos radicales de cualquier porte. Otra cosa es que cuando lo religioso se desvanece en lo cultural acaba perdiendo su sustancia. Alguien dijo que el catolicismo tiene que recuperar su dimisión mística porque de otro modo desaparecerá. Es posible, pero en todo caso eso es harina de costal diferente.
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