Otro de los tantos grandes hombres con los que España ha contado, figuras un tanto olvidadas, que verdaderamente engrandecieron nuestra historia con sus hazañas.
Este es el caso del marino e ilustrado alicantino Jorge Juan y Santacilia, un hombre excepcional que fue capaz con su labor científica y al servicio de la corona, en pleno siglo XVIII, de prestar unos servicios de enorme valor que situaron a España como una de las potencias más poderosas de su época.
Pero como fiel servidor de la corona, al margen de su actividad científica, desarrolló una labor de espionaje a las órdenes del Marqués de la Ensenada, que se había propuesto, durante el reinado de Fernando VI, recuperar para España un papel hegemónico perdido tras la Guerra de Sucesión.
El sabio español, tal y como se le conocía en toda Europa, importó en secreto el sistema de construcción naval inglés, mejorándolo. Fue diplomático y agente para tres monarcas pero cayó en desgracia por las intrigas.
Nació en Novelda (Alicante) el 5 de enero del año 1713. Descendía de dos ilustres familias, la de su padre don Bernardo Juan y Canicia era de Alicante y provenía de la rama de los Condes de Peñalba. Su madre, doña Violante Santacilia y Soler de Cornellá, pertenecía a una notoria y hacendada familia de Elche. Ambos eran viudos y casados en segundas nupcias.
Tenía tres años de edad cuando quedó huérfano de padre, estudiando las primeras letras en el colegio de la Compañía de Jesús de Alicante bajo la tutoría de su tío. Poco después, otro tío paterno se encargó de su educación enviándole a Zaragoza para que cursara allí los estudios de Gramática.
A los doce años, y tras un minucioso examen concerniente a la limpieza de sangre de sus antecesores, fue aceptado y enviado a la isla de Malta para recibir el hábito de la conocida Orden, pasando, al cabo de un año, a ser paje del Gran Maestre don Antonio Manuel de Villena, que le concedió el título de Comendador de Aliaga en Aragón, su primer título a los catorce años. La condición de Caballero de la Orden de Malta implicaba el celibato durante toda la vida.
En 1729, con dieciséis años de edad, regresó a España para solicitar su ingreso en la Real Compañía de Guardias Marinas, escuela naval militar fundada en 1717 en Cádiz. Tras seis meses de espera asistiendo como oyente, ingresó en 1730 en la Academia, donde se impartían modernos estudios técnicos y científicos. Pronto adquirió fama de alumno aventajado, siendo conocido por sus compañeros con el sobrenombre de Euclides.
En 1734, con 21 años de edad, finaliza sus estudios de Guardia Marina, tras haber navegado durante tres años por el Mediterráneo, participando en numerosas expediciones.
En 1734, con 21 años de edad, finaliza sus estudios de Guardia Marina, tras haber navegado durante tres años por el Mediterráneo, participando en numerosas expediciones.
Justo en aquel año de 1734, Felipe V recibió la solicitud de su primo el rey Luis XV de Francia, para que una expedición de la Academie Royale des Sciences de Paris viajase a Quito, en el Virreinato del Perú, a medir un arco de meridiano y obtener el valor de un grado terrestre que pudiese ser comparado con otras mediciones practicadas por Maupertius en Laponia. De estas mediciones se obtendrían distintos valores para los diferentes arcos medidos, que determinarían con exactitud la forma de la Tierra.
Sorprendentemente eligieron, no a dos oficiales, sino a dos jóvenes guardias marinas, don Jorge Juan y Santacilia y don Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, que si bien habían finalizado sus estudios brillantemente, no tenían más que veintiuno y diecinueve años y carecían de graduación militar, por lo que se les ascendió al empleo de tenientes de navío. Desde el primer momento surgió una amistad y comprensión que se prolongó toda la vida, repartiéndose el trabajo según las instrucciones recibidas; Jorge Juan sería el matemático, Antonio de Ulloa el naturalista.
Además del objetivo científico del Meridiano, se les encargó algunas otras misiones. Sin embargo, los dos cometidos más importantes eran secretos.
Además del objetivo científico del Meridiano, se les encargó algunas otras misiones. Sin embargo, los dos cometidos más importantes eran secretos.
Lo que Felipe V quería era conocer de primera mano el estado real de sus pueblos de ultramar, la situación política y social que administraban sus enviados. Por otro lado quería tener bien vigilados a los académicos franceses para impedir que llevasen a París informaciones vitales que no debían caer en manos del Gobierno. En ambas cosas, Ulloa y Juan se emplearon a fondo con una liberalidad y madurez sorprendentes.
La misión partió de Cádiz en 1735. Les esperaban 9 años durísimos.
Decidieron separarse en dos grupos y ambos efectuarían las medidas en sentido contrario, con el fin de comprobar su exactitud. La medida empleada era la toesa equivalente a 1,98 metros. Después de varias comprobaciones, había que complementar estas observaciones físicas con las astronómicas; además, el instrumental adolecía de graves defectos, por lo que hubo que repetir numerosas veces los cálculos, llegando a tener que construir un instrumento de 20 pies de largo para facilitar las mediciones.
Su larga estancia estuvo también alterada con otros incidentes, como los habidos con el Presidente Araujo y Río en el retraso de sus pagas y entrega de los instrumentos, asunto que desencadenó una larga polémica. Pero la empresa mereció tales sacrificios. A partir de entonces, con el conocimiento exacto de la forma y magnitud de la Tierra, se podía cartografiar situando correctamente longitud y latitud, y de hecho Jorge Juan y Antonio de Ulloa realizaron cuarenta de las cien cartas modernas del mundo. La unidad de medida pasó a ser el metro, y con ello un sistema métrico decimal adoptado universalmente.
Finalmente, después de nueve durísimos años, decidieron regresar en navíos distintos, con el fin de asegurar que uno de los duplicados de las notas y cálculos llegara a su destino.
Embarcaron el 22 de octubre de 1744. Jorge Juan llegó a Brest el 31 de octubre de 1745. Desde allí se dirigió a París para cambiar impresiones sobre su obra y contrastar algunas particularidades observadas por él en sus observaciones astronómicas, conociendo a célebres astrónomos, autores de las fórmulas que tantas veces habían empleado y a otros célebres académicos que le votaron como miembro correspondiente de la Royal Academie des Sciences.
Al llegar a Madrid había muerto Felipe V y fue recibido con indiferencia en el despacho de Marina y en la Secretaría de Estado. Jorge Juan estuvo tentado de pedir destino en su Orden de Malta, pero el general de la Armada, Pizarro, le presentó al Marqués de la Ensenada, quien vio en él a la persona ideal para desarrollar su política naval y de armamentos, apreciando su valía. A partir de entonces se inicia una etapa de trabajo fecunda y una relación de amistad con el Marqués, que duraría toda la vida y permanecería inalterable aún después de su caída.
En marzo de 1749 Jorge Juan fue enviado a Londres con el nombre de Mr. Josues con varias misiones secretas, por encargo del Marqués de la Ensenada, que para sus planes de reforma de la Armada necesitaba información acerca de todo lo relacionado con la construcción naval.
Las cartas de Juan con Ensenada se escribían en clave numérica. La actividad secreta del espionaje industrial no impidió que Jorge Juan fuese admitido como miembro de la Royal Society de Londres.
Su labor consistió en un sofisticado plan de espionaje industrial y militar en los astilleros británicos. En las instrucciones que recibió se indicaba que tenía que contratar ingenieros nativos para plagiar lo mejor posible las sofisticadas técnicas navales inglesas, muy superiores técnicamente a las españolas por entonces.
Aquel joven y brillante guardamarina de la Armada española, el científico y astrónomo ilustrado, Jorge Juan y Santacilia, acabó adoptando diversas personalidades para burlar la vigilancia extranjera. En Londres se hizo pasar por un vendedor de libros antiguos maquinando sin descanso para robar a los británicos sus mejores ingenieros y enviarlos a los astilleros españoles.
Finalmente los propósitos reales de Jorge Juan serían advertidos por los servicios secretos del Reino Unido. Al cabo de 18 meses de conspiración al servicio de Su Majestad y su ilustre Real Armada tuvo que escapar ganando la costa francesa disfrazado de marinero, no sin antes haber conseguido llevarse a España 50 técnicos navales.
El Rey le asciende a capitán de navío y a partir de 1750 su carrera es imparable; Ensenada ha descubierto cuán útil es para sus fines. Jorge Juan, desilusionado por el sistema de construcción naval inglés, ideó un nuevo plan español que se implantó de modo general en todos los departamentos, organizando arsenales y construyendo diques Allí se trabajaba con un moderno criterio industrial de división del trabajo.
En 1752 el Rey le nombra director de la Academia de Guardias Marinas, cargo de mucha responsabilidad, donde Jorge Juan implantará las enseñanzas más avanzadas de la época, contratando a profesores competentes y relegando a quienes no consideraba capacitados.
Fundará el Observatorio Astronómico de Cádiz, dotándolo con los mejores aparatos de la época y manteniendo correspondencia de sus observaciones con las Academias de París, Berlín y Londres.
Su actividad en este período no cesaba. Hizo más de treinta viajes por la geografía española, recabando su criterio sobre los temas más diversos. Además de supervisar la construcción de los diques y organizar los arsenales, se ocupaba de la tala de árboles para la construcción de las naves, solucionaba los problemas en las minas, en los canales de riego o en la fábrica de cañones. Sentó las bases para una moderna cartografía de España. En junio de 1754 el Rey le nombra Ministro de la Junta General de Comercio y Moneda.
Pero en ese mismo verano, derrotado por la intriga, cae el Marqués de La Ensenada que había sido su protector. De la hombría de bien de Jorge Juan consta el hecho de que, habiendo sido desterrado a Granada el Marqués, desposeído de todos sus cargos y con prohibición de recibir visitas, Jorge Juan emprendió el viaje desde Cartagena, se sentó a su mesa y le ofreció su corta hacienda. Su fama trascendía las fronteras y en toda Europa se le conocía como el Sabio Español.
Desgraciadamente, tras la caída de Ensenada y por cuestiones políticas, poco a poco fue sustituido el modelo de construcción estudiado por Juan por el modelo francés, con el natural regocijo de los ingleses que vieron con tranquilidad como los planes de recuperación naval de España quedaban estancados. En esto tuvo que ver Julián de Arriaga, miembro también de la Orden de Malta, que ocupó la Secretaría de Marina durante 20 años, y fue el encargado de desplazar los planes de Juan.
Desgraciadamente, tras la caída de Ensenada y por cuestiones políticas, poco a poco fue sustituido el modelo de construcción estudiado por Juan por el modelo francés, con el natural regocijo de los ingleses que vieron con tranquilidad como los planes de recuperación naval de España quedaban estancados. En esto tuvo que ver Julián de Arriaga, miembro también de la Orden de Malta, que ocupó la Secretaría de Marina durante 20 años, y fue el encargado de desplazar los planes de Juan.
Poco antes de morir Jorge Juan, con la independencia de criterio que le caracterizaba, escribió una dura carta a Carlos III por su subordinación ciega al modelo francés por él rechazado desde el principio, vaticinando graves pérdidas, como ocurriría en Trafalgar 32 años después, cuando los ligeros navíos ingleses, seguramente inspirados en los estudios de Juan, dieron al traste con la pesada y vetusta flota hispano francesa.
En septiembre de 1766, el Rey Carlos III le nombra Embajador Extraordinario en la Corte de Marruecos para una difícil misión política; otra vez la confianza en el sabio humanista le señalan como la persona ideal. Durante tres reinados fue Jorge Juan indispensable. Salió el 15 de febrero de 1767 con regalos para el soberano musulmán y con unas instrucciones concretas acerca de su misión.
Tras más de seis meses de actividad diplomática que no sentaron bien a su salud, regresó con la misión cumplida de haber firmado un Tratado de 19 artículos, en el que las aspiraciones españolas quedaban aseguradas en muchos puntos, salvo en algunos que no mermaron el éxito de la misión.
De regreso a Madrid y con la experiencia acumulada, se dedicó al estudio de todo tipo de asuntos solicitados por las Secretarías de Estado y del Consejo de Castilla. Unánimemente considerado infalible, era requerida su opinión en la solución y el estudio de arduas cuestiones políticas. Por fin en 1770 fue nombrado para la dirección del Real Seminario de Nobles, su último puesto de servicio.
Murió el 21 de junio de 1773, a los 60 años.
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