Por Daniel Movilla
Ayer asistí a una comida muy interesante. A una de esas comidas en las que lo de menos, es la comida. Aunque como le dije al propietario del local, las estrellas Michelín deberían concederse algunas veces, no a los nombres ya consagrados, sino a esos establecimientos desconocidos que te devuelven al placer olvidado de los alimentos frescos y cocinados únicamente hasta el punto adecuado.
En fin, a lo que íbamos. La comida era una de esas reuniones o tertulias alrededor de una mesa que tanto abundan en nuestro país. Diez comensales en busca de respuestas a las dudas que invaden a los ciudadanos acerca de la bondad de la justicia, al leer las últimas y controvertidas resoluciones judiciales que nos han sido dadas a conocer en las últimas semanas.
La conversación, larga, pausada a veces y controvertida muchas mas veces, sirvió para dar a conocer algunas cuestiones que se mueven alrededor de las resoluciones judiciales, que no tienen desperdicio.
En la mesa se planteó lógicamente la lentitud de la justicia en determinados casos muy conocidos y en los que el trascurso del tiempo ha ejercido su influencia sobre el veredicto final.
Dando por cierto que las resoluciones judiciales deberían dictarse en un periodo de tiempo mucho mas corto, también es conveniente saber cuantos procedimientos tiene que resolver un Juez de Instrucción de una ciudad mediana, al cabo del año. Pues mas de seis mil. Repito mas de seis mil. Eso se traduce en que cada día entran por el registro de ese Juzgado de Instrucción, mas de 16 procedimientos o causas.
Con esa cantidad de causas abiertas al cabo de un año, es imposible pedirle a los jueces que impartan bien y en el tiempo adecuado todas ellas, y mas en algunos casos como los que salieron allí a colación, en los que el sumario consta de mas de 50.000 folios.